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El sábado 30 de octubre, en el marco de La Noche de los Museos, la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones abrió su sede del edificio Cangallo, en el centro Porteño, donde se pudo visitar el Gran Templo de la Masonería Argentina. En ediciones anteriores, la Logia recibió a cerca de 10 mil visitantes, por lo que todo está preparado para recibir al público en la sede de la calle Juan Domingo Perón 1242.
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El edificio fue proyectado por el ingeniero Charles Henri Pellegrini -padre de Carlos Pellegrini- y terminado por el arquitecto Francesco Tamburini. Fue inaugurado en 1872, y desde entonces aloja a esta asociación, siempre rodeada de misterios. “Esta casa se hace exclusivamente para la Gran Logia de la Argentina. La Gran Logia de la Argentina con anterioridad había funcionado en lo que es hoy el Banco de la Nación Argentina, sobre la calle San Martín: de un lado estaba la Gran Logia de la Argentina y del otro lado el Teatro Colón, el viejo Teatro Colón.
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En ese lugar se celebraron tenidas históricas, como por ejemplo la del 21 de julio del año 1860, donde se le otorga el grado 33 a Mitre, a Urquiza, a Gelly y Obes, a Sarmiento y a Derqui y los 2 frente al ara de juramento, que es el ara que está en el centro de la logia y tiene la Biblia, la escuadra y el compás, juraron deponer las actitudes beligerantes y unir el país, y decidieron la incorporación del Estado de Buenos Aires a la Confederación Argentina”, explicó el gran maestre Nicolás Orlando Breglia a Infobae.
Para esta oportunidad prepararon una serie de eventos culturales, además de “una tenida” para brindar explicaciones de qué es la masonería, los principios y los valores que defiendes y cuál ha sido su participación en la historia argentina. “Una tenida es una reunión que puede ser cerrada o abierta. Cerrada es integrada exclusivamente por masones, porque se leen trabajos, etcétera. Se hace toda una tarea de incorporación de conocimientos. Y después una tenida abierta es donde se abre al público y se tratan distintos temas”, sostuvo Breglia.
—¿Cuánta gente pertenece a la masonería argentina?
—Doce mil activos más o menos. Que están activos en todo el país. En este momento tenemos una masonería extendida en todas las provincias. Es una de las pocas instituciones que tiene estructura nacional.
Los masones deben pagar una cuota de entre 300 o 400 pesos mensuales: ese dinero es el que le permite a la masonería mantener su “libertad de pensamiento”, pues no depende de aportes oficiales o de empresas. Para afiliarse, se puede ingresar a su web, consultar las condiciones, y llenar una solicitud. “Después hay todo un trámite, va a tener tres entrevistas con hermanos masones y si resulta satisfactorio ahí lo vamos a incorporar”, explica Breglia.
—¿Si tuviese que resumir brevemente el objetivo de la masonería, cuál sería?
—Es una escuela de conducta y de conocimiento, fundamentalmente. Es una escuela de conducta porque cuando se entra acá nosotros les exigimos a nuestros miembros tener una conducta ética hasta el fin de sus días. Y es una escuela de conocimiento porque al iniciarse en esta masonería, que trata de luchar en contra de la ignorancia, la hipocresía y la ambición, e ir en búsqueda permanentemente de la verdad -nosotros no llegamos nunca al conocimiento total de la verdad, por eso somos permanentemente constructores de nuestro templo interior-, le exigimos que no vegete, y que incorpore conocimientos en esa búsqueda hasta el momento que llega la muerte. Uno no se realiza nunca, se realiza con la muerte.
—¿Qué cambió en la masonería? Estamos en el siglo XXI, me imagino que la masonería argentina del siglo XXI debe tener puntos de contacto con la del siglo XIX pero no debe ser la misma.
—No, es distinta. Nosotros somos lo que se denomina una masonería popular. Tenemos mucho que ver con la sociedad en la que estamos insertos. La nuestra es una masonería de clase media. Acá hay desde obreros hasta fuertes empresarios. Y refleja un poco la movilidad social que ha habido en la sociedad argentina, que ha sido fruto precisamente de la política educativa que se aplicó durante el siglo XX, que fue elaborada y estudiada en los templos de la masonería. Eso es muy importante: la masonería luchó por la educación pública en la Argentina en todos los niveles, por igualdad de oportunidades. Desde la ley 1.420 que fue un poco el proyecto sarmientino de la educación para todos. Porque en esa época también hubo educación selectiva y los que proponían la educación integral para todos sin distinción de sectores ni extracciones sociales. Ese fue Sarmiento, trae el proyecto de la masonería, la masonería forma la logia docente -que fue muy importante, ahí se incorporaron hombres como Hipólito Yrigoyen, Leandro N. Alem, Aristóbulo del Valle, Carlos Pellegrini, Roque Sáenz Peña-. Convocaron a los mejores pedagogos de la época y elaboraron un proyecto, trabajaron en el Congreso Pedagógico del 82, que lo preside Onésimo Leguizamón, que era un miembro de esa logia. La principal espada oratoria fue Leandro N. Alem, que en esa época era el prohombre de la masonería argentina, el vicepresidente, y estuvo monitoreada por Sarmiento como el gran maestre. ¿Cuál fue el resultado? La ley 1.420, la de los guardapolvos blancos, una ley integral que integró el debate fundamentalmente.
—Usted dice “somos una masonería popular”, y sin embargo la masonería, por lo menos en el imaginario cultural, en la gente, está rodeada de cierto misterio, de cierto secretismo, que es lo contrario de lo popular en cierto sentido.
—El secretismo está porque nosotros atacamos privilegios corporativos enquistados en la sociedad. Entonces, al atacar esos privilegios corrían riesgo nuestras vidas, corren riesgo, la de nuestras mujeres y la de nuestros hijos. Fue una persecución brutal la que se hizo. A nosotros nos condenan por nuestros aciertos y no por nuestros errores, ese es el tema. Por ejemplo fuimos condenados por querer una soberanía popular. Fuimos condenados porque nosotros decíamos que la mujer tenía derechos. Por plantear que todas las religiones están en un nivel de igualdad, que ninguna es mejor que la otra, un solo Dios y que el resto son liturgias y que hay que salir del sectarismo. Nos condenaron por creer en el laicismo, en la separación de la Iglesia y el Estado, y en la separación en materia educativa. ¿Pero por qué? Por un principio democrático. Si nosotros tenemos el acceso igualitario a la educación, todo el mundo paga para tenerlo, para la educación pública, y hay católicos, no católicos, que creen en otras religiones, agnósticos, si hay uno solo hay que respetarlo. Entonces tiene que ser neutral.
—Usted plantea unos valores muy claros y que es interesante ver su evolución histórica pero vivimos en la contemporaneidad. ¿La masonería tiene posturas orgánicas sobre, por ejemplo, la situación de la educación? Que en los últimos años hubo una privatización.
—Nosotros no atacamos la educación privada, respetamos la voluntad de cada uno, pero nosotros defendemos la escuela pública, gratuita y laica porque creemos que tiene que haber igualdad de oportunidades. El proyecto empieza con la ley 1.420 y termina con la reforma del 18. La consecuencia es una educación con oportunidad para todos y con un nivel de excelencia. Eso permitió una movilidad social ascendente única en el mundo. La Argentina fue el único país durante el siglo XX que el hijo del obrero pudo ser profesor universitario o presidente de la nación. Si uno hace un análisis de todos los presidentes de la segunda mitad del siglo XX hasta ahora han sido hijos o nietos de los expulsados por la miseria o la pobreza de la vieja Europa. Todos en nuestras familias tenemos algún antepasado iletrado, algunos analfabetos. Hay muchos presidentes que lo aceptan y muchos que se callan, pero todo sin dejar uno, acá los presidentes no han sido hijos de la oligarquía sino que han aparecido como consecuencia de ello. Ese sistema educativo a la Argentina le dio cinco premios Nobel. No tan solo eso sino también otros tantos científicos que integraron equipos que lograron premios Nobel.
—¿La Argentina contemporánea mantiene ese proyecto?
—No. Hubo un hecho que fue un mazazo para la educación pública que fue la “Noche de los Bastones Largos” en el año 1966, donde se empieza a atacar desde ese momento a toda la intelectualidad en el país. Los intelectuales se fueron todos, una barbaridad, acusados de comunistas, resulta que fueron a pasear su intelectualidad a las universidades liberales norteamericanas, como Frondizi y todos los demás. Después no fue lo mismo. No obstante, hay algunos sectores de la educación pública que están resistiendo. Y los que resisten son por ejemplo las universidades. Hay un problema serio en la primaria y en el secundario. Nosotros creemos que es un problema de decisión política, no de recursos. Es un problema de decisión política y nosotros sabemos que al defender eso estamos atacando privilegios enquistados en la sociedad. Que son muy duros. Entonces tenemos que cuidarnos. Nosotros somos secretos en las dictaduras y discretos en las democracias. Pero ha habido hechos por ejemplo que son paradigmáticos: por ejemplo el ataque después de la guerra civil española del franquismo. El franquismo dicta una ley de represión a la masonería y al comunismo. Persiguen. Hasta el grado 18 se los detenía, los que tenían grado 18 al 33 se los fusilaba. Persiguen a los masones, persiguen a sus mujeres, a sus hijos y a sus nietos mientras vivió Franco no les permitían ingresar en la universidad. Pero lo notable de todo esto es que las ideas nuestras derrotadas en el ’39 por la fuerza triunfan por la razón en 1980 en España. Cuando España se normaliza lo hace con las ideas de la masonería de una monarquía constitucional y una mezcla con un presidente y vice que es una mezcla monarquía-república.
Fuente: Infobae
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